ENTREVISTA A SUSANA CELLA
*Por Marian lutzky
La primera vez que la escuché, en uno de esos bares de corrientes, traía consigo la mística de la palabra. Ella, con sus ojos grandes y su pelo largo, una gran maestra contando sus historias, envolviéndome en el sismo. Me podría haber quedado hasta la mañana siguiente de no ser porque debía devolverme a lo que debía en ese momento.
Escucharla es un placer, una sensación de aire puro, fresco y verdadero. Traductora de ingles y enamorada de Vallejo, del joven Werther, de Saer, nos habla apasionada de quienes la han marcado. Comenzó aprendiéndose el Himno Nacional completo, si si, todas las estrofas y de memoria porque “me emocionaba lo épico”. Identificada con Jo de Mujercitas, la primer novela que leyó, hoy, con su doctorado en Letras y sus estudios en Dublín, luego de presentar su último libro “Entreveros” en el Centro Cultural de la Cooperación, nos habla de sus comienzos. Cómo fue creciendo su pasión por la literatura y la poesía, cómo escribió su primer poema, la manera en que vive su profesión.
Amante compulsiva de las letras, con la dulzura y la humildad de los grandes maestros, nos enseña con la palabra, la palabra misma.
M.L: Sos poeta, narradora, ensayista, profesora … ¿Cómo fue que te iniciaste en la literatura?
S.C: Quizá suene un poco a lugar común, pero así fue. Desde muy chica me aprendía de memoria, y por mi cuenta, los poemas que encontraba en los libros de la escuela, incluso el Himno Nacional completo, me emocionaba lo épico. Pero esos avatares neoclásico se fueron luego ante la llegada del romanticismo cuando a los diez años me regalaron Mujercitas, ni falta hace decir que me identifiqué con Jo, y poco empecé a escribir una novela. Por ese entonces, tenía la duda de si los personajes tenían que hablar de tú o de vos, pero más tarde, cuando en la escuela leí a Cortázar y a Borges, me fui dando cuenta del idioma de los argentinos, y también de cuánto me importaba el lugar al leer los nombres de calles que conocía en el Adán Buenosayres. El idioma y el lugar quedaron grabados como marcas que el tiempo se encargó de hacerme notar como fundamentales en la escritura. Por otra parte, estudiaba inglés, así que en la adolescencia leí a Oscar Wilde, a Joyce (ni sabía quién era), a Jane Austen, a Dickens, y varios más. También me aprendí poemas de memoria, Byron, Longfellow y el monólogo de Porcia de El Mercader de Venecia. Simultáneamente seguía con novelas, cuentos y poemas en castellano. Me fascinaban Garcilaso, Quevedo, Góngora, me emocionaba por entonces con Bécquer. Y aunque me había impuesto algo así como leer sólo en idioma original, no sucedió, por lo que me enamoré del joven Werther. Y empecé a escribir un diario, donde anotaba historias, observaciones, retazos de poemas. De esos tiempos rescato sobre todo la libertad que da la inocencia, y un modo de leer al que Barthes se había referido –cosa que me enteré mucho después- en El placer del texto. No empecé estudiando Letras sino Historia, quizá por ser fiel a mi primera decisión, pero enseguida me di cuenta de que lo que en verdad me gustaba era lo literario de la historia, sus ficciones reales. La carrera me proporcionó muchas lecturas que quizá no habría hecho, me dio también una profesión que me permite al menos el intento de transmitir el gusto por la lectura. Claro que con la carrera encima, de pronto uno siente el peso de cierta mirada hipercrítica hacia lo que escribe o intenta escribir. En cuanto al trabajo, a la falta de tiempo, creo que aunque uno tenga otra profesión igualmente está el problema, salvo que no necesite trabajar para mantenerse.
M.L: El primer poema que escribiste, ¿Lo recordás? ¿Qué sentiste?
S.C: Vagamente recuerdo algunos versos, era, digamos, bastante espiritual, con ciertas pretensiones de filosofar sobre el destino, me parece, y unas palabras que había ido recogiendo de mis lecturas poéticas, recuerdo que se trataba de alguien en soledad, alguien que esperaba “la caricia de la alfombra húmeda” (en ese tiempo me parecía una imagen adecuada para el mar), hablaba de la inmensidad inefable, y cosas así. Fue por la época en que en el colegio donde yo iba se había organizado un concurso literario y ahí recibí por mi engendro metafísico y sentimental un diploma y una rosa, como se ve, muy cursi mirado desde ahora. Entonces me parecía casi sublime.
M.L: ¿Qué significa para vos escribir Poesía? ¿Qué valor tiene la palabra en tus trabajos?
S.C: Encontrar una forma, primordialmente. De ahí que aborde géneros diferentes. Escribir poesía y prosa, escribir a secas, es encontrar o tratar de encontrar el modo de decir lo que íntimamente siento y pienso, es buscar sentido, es el intento de conformar en el lenguaje algo que sobreviene e insiste, es seguir un impulso y enfrentarse a un reto. Es dejar salir lo que busca su expresión. En cuanto al valor de la palabra, si es la materia prima de la escritura, como lo sería para un escultor, por ejemplo la piedra, no es ni más ni menos que primordial, sin ella no habría escritura. Y la palabra al ser materia, al conformarse en el texto esa sustancial presencia es centro de irradiación de significados, no es un medio por el cual decir algo, es algo que no podría decirse de otro modo sin que cambiara, no hay sinónimos en poesía. El tema se configura en el poema, inclusive puede pasar que haya una tendencia primera a referirse a una cuestión determinada y en el transcurrir de la escritura, vaya tomando otros caminos, lleve a otras zonas de la significación, algo quizá comparable con esa idea de que en una narración los personajes empiezan a actuar como por cuenta propia. Como en el proceso de escribir intervienen tanto la conciencia como lo inconsciente, ¿qué tema prefijado podría dictaminarse cuando hace su irrupción algo que está ahí, buscando abrirse camino para llegar, siquiera someramente, a constituirse en palabra? Por tanto creo que mi preocupación es lograr que el poema tienda (no sé si lo logra o no, pero es lo que exijo, el punto irreductible) a conjugar en una forma artística un máximo de potencia expresiva a partir de la combinatoria más ajustada posible de sus constituyentes, o sea, el ritmo, la disposición en la página, la sintaxis del poema, su desafío a las restricciones de la gramática. Esa potencia expresiva en el intento de que la palabra despliegue toda su fuerza es mi preocupación estética fundamental.
M.L: ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo llegás al poema?
S.C: De modos diversos. A veces aparece una frase, la anoto, porque veo en ella como un germen que puede crecer. En otros casos, hay una necesidad de registrar algo a partir de lo que estoy leyendo y me llama la atención, como una sugerencia que bien puede transformarse luego en motivo o cita, desencadenar tal vez un relato o un poema. En algunas ocasiones, surge algo así como un texto extenso, medio torrentoso, a veces demasiado, igualmente lo escribo. En todos los casos es como el punto inicial para la elaboración posterior. A veces se piensa que un acontecimiento conmocionante en la vida del sujeto empírico que escribe, hace que brote un poema relacionado con eso, bueno, creo que no es precisamente lo que me sucede, en todo caso, puede estar el registro del hecho, pero difícilmente quede ahí, quizá porque piense que falta, me falta, una cierta distancia para la elaboración que la inmediatez del hecho estaría impidiendo. Lo importante es dejar la impresión, como quien dice, la huella escrita que sirva de potencia reminiscente. Y esa potencia permite el acto de la escritura.
M.L: ¿Qué poetas, escritores, artistas, poesías o experiencias han marcado tu vida poética?
S.C: Puedo nombrar varios, empezando por los barrocos, podría nombrar a Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Martí, Pablo Neruda, James Joyce, William Faulkner, Juan Rulfo, Francisco Urondo, Juan Gelman, Leónidas Lamborghini, José Lezama Lima, un conjunto vario, como se ve, con el común rasgo de la cualidad poética. Pero hay dos que son fundamentales: César Vallejo y Juan José Saer. En cuanto a las experiencias, aquellas que tienen que ver con momentos de amor y dolor, no simplemente pensados en un sentido individual, sino en el mundo que me ha tocado habitar, por eso no podría dejar de estar en la escritura –más velada o explícitamente- todo aquello que como seres humanos nos atañe, aunque casi resulte obvio nombrarlo, la muerte, la vida, el mundo, la política, la historia, las dichas y padecimientos personales y colectivos. Sin embargo no tan obvio si se piensa en propuestas que se desligan de su contexto, o bien, lo frivolizan. Cuando la palabra toca, en sentido musical, suena, es porque en ella hay algo vinculante que involucra los sentimientos y la razón, tendiendo a la palabra plena, esa es la búsqueda, la de los escritores y artistas que admiro, y es lo que trato de plasmar desde mis experiencias.
M.L: Octavio Paz en su libro El arco y la lira se pregunta si la poesía puede tener como objeto propio más que la creación de poemas, la de instantes poéticos. ¿Cuáles son para vos esos instantes poéticos en tu poesía?
S.C: Creo que un texto que se quedara en una especie de juego de procedimientos, quizá sería atractivo; que un texto de tipo catártico, como para desahogar penas, tal vez serviría a ese fin; que un texto que no sea sino una ristra de impresiones, en lenguaje más o menos burdo, grosero o sublime, como sea, un texto que se limite a registrar alguna cosa irrelevante o anecdótica, tal vez reciba el nombre de poema, y hasta puede que así sea celebrados, ahora, ¿dónde estaría ahí eso profundo que hace pensar en que la poesía existe para producir algún tipo de sensibilidad o conmoción ante los encantos y horrores del mundo, ante el semejante, ante sí mismo, o algún conocimiento, del tipo que sea, el atisbo de un saber, lo que el instante poético revelaría epifánicamente. Ese instante, creo que lo podría pensar en mis poemas, como el breve momento en que, si lo logro, la poesía se deja ver en la fugacidad.
M.L: De tu obra, si tuvieses que elegir un poema o fragmento… ¿Cuál sería?
S.C: No es fácil elegir un poema o fragmento, y creo que por más de un motivo, quizá porque uno quiere mucho a sus invenciones, quizá porque a alguna la quiera dejar un poco entre paréntesis. Sin embargo, hecha esta salvedad, nombro uno: el poema “Niebla sobre la luna esmaltada” de Eclipse.
M.L: Acabás de presentar tu último libro en el Centro Cultural de la Cooperación, “Entrevero” de la editorial Sigamos enamoradas ¿Qué sentís cada vez que publicas un libro? ¿Cuáles son las sensaciones que te provoca la exposición, la llegada a otras personas?
S.C: Hay una mezcla rara y contradictoria de sentires y pareceres. Alegría por haber podido concretar un libro, por una parte, en el otro extremo la idea de que es un espanto que no debí haber publicado, y todas las variantes intermedias. Y eso claro tiene que ver con lo que uno se propone hacer, lo que le propone a los demás, la lectura como una especie de diálogo infinito. La exposición asusta, pero no podría quedarme ya encerrada en una vitrina, en una falsa tranquilidad, mirando pasar la historia, las palabras. Creo que cuando se toma la palabra se asume un riesgo, y que vale la pena.
M.L:¿Qué pensás de la recepción que tiene la poesía en argentina? ¿Y de los ciclos de lectura oral?
S.C: Si hablamos de recepción de la poesía, tenemos que pensar en un nivel de circulación general y continuo que se daría sólo con algunos clásicos o autores populares, y hasta ahí. Si pensamos en quienes leen y escriben, creo que la recepción está fragmentada, y esto hace a una especie de autoalimentación de grupos. La lectura es indispensable para la escritura, es como la otra cara inseparable de la moneda, en ese aspecto, creo que falta un conocimiento de la tradición, que es imprescindible leer para ver de qué modo la palabra poética fue plasmándose en la historia, en las poéticas diversas. Tenemos grandes poetas, son como referencias, no para imitar, sino para recibir como alimento, y cuanto mayor conocimiento, más se enriquece la recepción de las diversas líneas que coexisten en un momento determinado, por ejemplo en la contemporaneidad, el momento me parece más difícil porque no hay sobre él algo así como el espesor de lecturas. En cuanto a los ciclos de lectura oral me gustan cuando la protagonista es la poesía y es ella quien se ve. No me gustan cuando parecen maratones de lectura o carrera de postas ni cuando más bien son eventos sociales donde la poesía es una especie de excusa o complemento.
M.L: ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
S.C: Los que al ir pasando las páginas esperando que surja la palabra poética (en poesía o prosa), se empeñan en la banalidad, el lugar común, lo superficial, la escritura deficiente por tosca o pretenciosamente hueca.
ML: ¿Hay para vos algún libro olvidado en la poesía argentina?
S.C: Me dan cierto temor las hipérboles, y creo que a esta pregunta habría que responder con una. Tal vez no sea un solo gran libro olvidado, quizá más. Por otra parte, quizá no haya una sola forma de olvido, que esté registrado y se nombre un libro, no hace a que esté verdaderamente presente. Preferiría más bien andar por los caminos de la literatura y encontrar buscando.
ML: ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que quiere ser poeta?
SC: Que lea mucho, que haga ese camino de aprendizaje que no se enseña sino que se aprende, que se juegue por su palabra porque esa palabra se lo merece, que no se deje arrastrar por modas, que encuentre su forma sin dejar nunca de buscar.
ML: ¿Cuáles son las cosas que disfrutas hacer, en lo cotidiano?
SC: Desde luego, aparte de leer y escribir, me gusta mucho tener momentos de calma, una cena tranquila, reunirme con alguien para charlar, ver televisión, en especial películas, me gusta caminar por la ciudad, mirarla, también otras cosas como lavar platos, regar plantas, ordenar placares o bibliotecas.
ML: Y por último … Un lugar/ década/ poeta que te hubiera gustado ser.
SC: Podría fantasear aquí con deseos diversos, con momentos de la historia que me atraen, con lugares. He dado muchas vueltas a esta pregunta y acudieron a mi mente algunos ámbitos, tiempos remotos o cercanos, escritores varios. Vuelta y vuelta y sin definir la cosa. Porque al cabo me encuentro que sólo puedo decir que cada quien es quien es o fue, que tuvo o tiene su época y lugar. Y que según yo imagino a alguien que me habría gustado ser, allá lejos, más cerca –en el tiempo y el espacio- es otro, o sea no es yo, ni podría nunca ser. Por eso a esos admirados y que por tanto habría querido ser, prefiero preservarlos como criaturas que habitan mi imaginación. Soy lo que soy incluidos mis sueños de haber sido otro (o como otro) y de haber vivido en otros años o sitios. Sueños entonces, míos, pero siempre acá, en este acá, mi ciudad, Buenos Aires, mi salto de siglo, mi pasado, lo que tengo e intento tener.
SUSANA CELLA.
(Buenos Aires, 1954). Autora de los libros de poemas Entrevero (Sigamos Enamoradas, 2008) , Tirante (Paradiso, 2001), Río de la Plata (La Bohemia, 2001), Eclipse (Zorra Poesía, 2005) y De Amor (dientes, paredes arrugadas) (Zorra Poesía, 2006); las novelas El Inglés (Paradiso, 2000) y Presagio (Santiago Arcos, 2007), el ensayo El saber poético (Fac. de Filosofía y Letras UBA/ Nueva Generación, 2003), entre otros. Publicó poemas y ensayos en revistas, capítulos de libros, antologías o ediciones en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, México y Uruguay. Traduce literatura en lengua inglesa. Fue becaria de la Universidad de Buenos Aires (1990-1998), y obtuvo la beca de ILE (Ireland Literature Exchange), Dublin, 2007. Colabora en revistas y periódicos. Es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde trabaja como profesora e investigadora. Coordina el Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.
*Por Marian lutzky
La primera vez que la escuché, en uno de esos bares de corrientes, traía consigo la mística de la palabra. Ella, con sus ojos grandes y su pelo largo, una gran maestra contando sus historias, envolviéndome en el sismo. Me podría haber quedado hasta la mañana siguiente de no ser porque debía devolverme a lo que debía en ese momento.
Escucharla es un placer, una sensación de aire puro, fresco y verdadero. Traductora de ingles y enamorada de Vallejo, del joven Werther, de Saer, nos habla apasionada de quienes la han marcado. Comenzó aprendiéndose el Himno Nacional completo, si si, todas las estrofas y de memoria porque “me emocionaba lo épico”. Identificada con Jo de Mujercitas, la primer novela que leyó, hoy, con su doctorado en Letras y sus estudios en Dublín, luego de presentar su último libro “Entreveros” en el Centro Cultural de la Cooperación, nos habla de sus comienzos. Cómo fue creciendo su pasión por la literatura y la poesía, cómo escribió su primer poema, la manera en que vive su profesión.
Amante compulsiva de las letras, con la dulzura y la humildad de los grandes maestros, nos enseña con la palabra, la palabra misma.
M.L: Sos poeta, narradora, ensayista, profesora … ¿Cómo fue que te iniciaste en la literatura?
S.C: Quizá suene un poco a lugar común, pero así fue. Desde muy chica me aprendía de memoria, y por mi cuenta, los poemas que encontraba en los libros de la escuela, incluso el Himno Nacional completo, me emocionaba lo épico. Pero esos avatares neoclásico se fueron luego ante la llegada del romanticismo cuando a los diez años me regalaron Mujercitas, ni falta hace decir que me identifiqué con Jo, y poco empecé a escribir una novela. Por ese entonces, tenía la duda de si los personajes tenían que hablar de tú o de vos, pero más tarde, cuando en la escuela leí a Cortázar y a Borges, me fui dando cuenta del idioma de los argentinos, y también de cuánto me importaba el lugar al leer los nombres de calles que conocía en el Adán Buenosayres. El idioma y el lugar quedaron grabados como marcas que el tiempo se encargó de hacerme notar como fundamentales en la escritura. Por otra parte, estudiaba inglés, así que en la adolescencia leí a Oscar Wilde, a Joyce (ni sabía quién era), a Jane Austen, a Dickens, y varios más. También me aprendí poemas de memoria, Byron, Longfellow y el monólogo de Porcia de El Mercader de Venecia. Simultáneamente seguía con novelas, cuentos y poemas en castellano. Me fascinaban Garcilaso, Quevedo, Góngora, me emocionaba por entonces con Bécquer. Y aunque me había impuesto algo así como leer sólo en idioma original, no sucedió, por lo que me enamoré del joven Werther. Y empecé a escribir un diario, donde anotaba historias, observaciones, retazos de poemas. De esos tiempos rescato sobre todo la libertad que da la inocencia, y un modo de leer al que Barthes se había referido –cosa que me enteré mucho después- en El placer del texto. No empecé estudiando Letras sino Historia, quizá por ser fiel a mi primera decisión, pero enseguida me di cuenta de que lo que en verdad me gustaba era lo literario de la historia, sus ficciones reales. La carrera me proporcionó muchas lecturas que quizá no habría hecho, me dio también una profesión que me permite al menos el intento de transmitir el gusto por la lectura. Claro que con la carrera encima, de pronto uno siente el peso de cierta mirada hipercrítica hacia lo que escribe o intenta escribir. En cuanto al trabajo, a la falta de tiempo, creo que aunque uno tenga otra profesión igualmente está el problema, salvo que no necesite trabajar para mantenerse.
M.L: El primer poema que escribiste, ¿Lo recordás? ¿Qué sentiste?
S.C: Vagamente recuerdo algunos versos, era, digamos, bastante espiritual, con ciertas pretensiones de filosofar sobre el destino, me parece, y unas palabras que había ido recogiendo de mis lecturas poéticas, recuerdo que se trataba de alguien en soledad, alguien que esperaba “la caricia de la alfombra húmeda” (en ese tiempo me parecía una imagen adecuada para el mar), hablaba de la inmensidad inefable, y cosas así. Fue por la época en que en el colegio donde yo iba se había organizado un concurso literario y ahí recibí por mi engendro metafísico y sentimental un diploma y una rosa, como se ve, muy cursi mirado desde ahora. Entonces me parecía casi sublime.
M.L: ¿Qué significa para vos escribir Poesía? ¿Qué valor tiene la palabra en tus trabajos?
S.C: Encontrar una forma, primordialmente. De ahí que aborde géneros diferentes. Escribir poesía y prosa, escribir a secas, es encontrar o tratar de encontrar el modo de decir lo que íntimamente siento y pienso, es buscar sentido, es el intento de conformar en el lenguaje algo que sobreviene e insiste, es seguir un impulso y enfrentarse a un reto. Es dejar salir lo que busca su expresión. En cuanto al valor de la palabra, si es la materia prima de la escritura, como lo sería para un escultor, por ejemplo la piedra, no es ni más ni menos que primordial, sin ella no habría escritura. Y la palabra al ser materia, al conformarse en el texto esa sustancial presencia es centro de irradiación de significados, no es un medio por el cual decir algo, es algo que no podría decirse de otro modo sin que cambiara, no hay sinónimos en poesía. El tema se configura en el poema, inclusive puede pasar que haya una tendencia primera a referirse a una cuestión determinada y en el transcurrir de la escritura, vaya tomando otros caminos, lleve a otras zonas de la significación, algo quizá comparable con esa idea de que en una narración los personajes empiezan a actuar como por cuenta propia. Como en el proceso de escribir intervienen tanto la conciencia como lo inconsciente, ¿qué tema prefijado podría dictaminarse cuando hace su irrupción algo que está ahí, buscando abrirse camino para llegar, siquiera someramente, a constituirse en palabra? Por tanto creo que mi preocupación es lograr que el poema tienda (no sé si lo logra o no, pero es lo que exijo, el punto irreductible) a conjugar en una forma artística un máximo de potencia expresiva a partir de la combinatoria más ajustada posible de sus constituyentes, o sea, el ritmo, la disposición en la página, la sintaxis del poema, su desafío a las restricciones de la gramática. Esa potencia expresiva en el intento de que la palabra despliegue toda su fuerza es mi preocupación estética fundamental.
M.L: ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo llegás al poema?
S.C: De modos diversos. A veces aparece una frase, la anoto, porque veo en ella como un germen que puede crecer. En otros casos, hay una necesidad de registrar algo a partir de lo que estoy leyendo y me llama la atención, como una sugerencia que bien puede transformarse luego en motivo o cita, desencadenar tal vez un relato o un poema. En algunas ocasiones, surge algo así como un texto extenso, medio torrentoso, a veces demasiado, igualmente lo escribo. En todos los casos es como el punto inicial para la elaboración posterior. A veces se piensa que un acontecimiento conmocionante en la vida del sujeto empírico que escribe, hace que brote un poema relacionado con eso, bueno, creo que no es precisamente lo que me sucede, en todo caso, puede estar el registro del hecho, pero difícilmente quede ahí, quizá porque piense que falta, me falta, una cierta distancia para la elaboración que la inmediatez del hecho estaría impidiendo. Lo importante es dejar la impresión, como quien dice, la huella escrita que sirva de potencia reminiscente. Y esa potencia permite el acto de la escritura.
M.L: ¿Qué poetas, escritores, artistas, poesías o experiencias han marcado tu vida poética?
S.C: Puedo nombrar varios, empezando por los barrocos, podría nombrar a Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Martí, Pablo Neruda, James Joyce, William Faulkner, Juan Rulfo, Francisco Urondo, Juan Gelman, Leónidas Lamborghini, José Lezama Lima, un conjunto vario, como se ve, con el común rasgo de la cualidad poética. Pero hay dos que son fundamentales: César Vallejo y Juan José Saer. En cuanto a las experiencias, aquellas que tienen que ver con momentos de amor y dolor, no simplemente pensados en un sentido individual, sino en el mundo que me ha tocado habitar, por eso no podría dejar de estar en la escritura –más velada o explícitamente- todo aquello que como seres humanos nos atañe, aunque casi resulte obvio nombrarlo, la muerte, la vida, el mundo, la política, la historia, las dichas y padecimientos personales y colectivos. Sin embargo no tan obvio si se piensa en propuestas que se desligan de su contexto, o bien, lo frivolizan. Cuando la palabra toca, en sentido musical, suena, es porque en ella hay algo vinculante que involucra los sentimientos y la razón, tendiendo a la palabra plena, esa es la búsqueda, la de los escritores y artistas que admiro, y es lo que trato de plasmar desde mis experiencias.
M.L: Octavio Paz en su libro El arco y la lira se pregunta si la poesía puede tener como objeto propio más que la creación de poemas, la de instantes poéticos. ¿Cuáles son para vos esos instantes poéticos en tu poesía?
S.C: Creo que un texto que se quedara en una especie de juego de procedimientos, quizá sería atractivo; que un texto de tipo catártico, como para desahogar penas, tal vez serviría a ese fin; que un texto que no sea sino una ristra de impresiones, en lenguaje más o menos burdo, grosero o sublime, como sea, un texto que se limite a registrar alguna cosa irrelevante o anecdótica, tal vez reciba el nombre de poema, y hasta puede que así sea celebrados, ahora, ¿dónde estaría ahí eso profundo que hace pensar en que la poesía existe para producir algún tipo de sensibilidad o conmoción ante los encantos y horrores del mundo, ante el semejante, ante sí mismo, o algún conocimiento, del tipo que sea, el atisbo de un saber, lo que el instante poético revelaría epifánicamente. Ese instante, creo que lo podría pensar en mis poemas, como el breve momento en que, si lo logro, la poesía se deja ver en la fugacidad.
M.L: De tu obra, si tuvieses que elegir un poema o fragmento… ¿Cuál sería?
S.C: No es fácil elegir un poema o fragmento, y creo que por más de un motivo, quizá porque uno quiere mucho a sus invenciones, quizá porque a alguna la quiera dejar un poco entre paréntesis. Sin embargo, hecha esta salvedad, nombro uno: el poema “Niebla sobre la luna esmaltada” de Eclipse.
M.L: Acabás de presentar tu último libro en el Centro Cultural de la Cooperación, “Entrevero” de la editorial Sigamos enamoradas ¿Qué sentís cada vez que publicas un libro? ¿Cuáles son las sensaciones que te provoca la exposición, la llegada a otras personas?
S.C: Hay una mezcla rara y contradictoria de sentires y pareceres. Alegría por haber podido concretar un libro, por una parte, en el otro extremo la idea de que es un espanto que no debí haber publicado, y todas las variantes intermedias. Y eso claro tiene que ver con lo que uno se propone hacer, lo que le propone a los demás, la lectura como una especie de diálogo infinito. La exposición asusta, pero no podría quedarme ya encerrada en una vitrina, en una falsa tranquilidad, mirando pasar la historia, las palabras. Creo que cuando se toma la palabra se asume un riesgo, y que vale la pena.
M.L:¿Qué pensás de la recepción que tiene la poesía en argentina? ¿Y de los ciclos de lectura oral?
S.C: Si hablamos de recepción de la poesía, tenemos que pensar en un nivel de circulación general y continuo que se daría sólo con algunos clásicos o autores populares, y hasta ahí. Si pensamos en quienes leen y escriben, creo que la recepción está fragmentada, y esto hace a una especie de autoalimentación de grupos. La lectura es indispensable para la escritura, es como la otra cara inseparable de la moneda, en ese aspecto, creo que falta un conocimiento de la tradición, que es imprescindible leer para ver de qué modo la palabra poética fue plasmándose en la historia, en las poéticas diversas. Tenemos grandes poetas, son como referencias, no para imitar, sino para recibir como alimento, y cuanto mayor conocimiento, más se enriquece la recepción de las diversas líneas que coexisten en un momento determinado, por ejemplo en la contemporaneidad, el momento me parece más difícil porque no hay sobre él algo así como el espesor de lecturas. En cuanto a los ciclos de lectura oral me gustan cuando la protagonista es la poesía y es ella quien se ve. No me gustan cuando parecen maratones de lectura o carrera de postas ni cuando más bien son eventos sociales donde la poesía es una especie de excusa o complemento.
M.L: ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
S.C: Los que al ir pasando las páginas esperando que surja la palabra poética (en poesía o prosa), se empeñan en la banalidad, el lugar común, lo superficial, la escritura deficiente por tosca o pretenciosamente hueca.
ML: ¿Hay para vos algún libro olvidado en la poesía argentina?
S.C: Me dan cierto temor las hipérboles, y creo que a esta pregunta habría que responder con una. Tal vez no sea un solo gran libro olvidado, quizá más. Por otra parte, quizá no haya una sola forma de olvido, que esté registrado y se nombre un libro, no hace a que esté verdaderamente presente. Preferiría más bien andar por los caminos de la literatura y encontrar buscando.
ML: ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que quiere ser poeta?
SC: Que lea mucho, que haga ese camino de aprendizaje que no se enseña sino que se aprende, que se juegue por su palabra porque esa palabra se lo merece, que no se deje arrastrar por modas, que encuentre su forma sin dejar nunca de buscar.
ML: ¿Cuáles son las cosas que disfrutas hacer, en lo cotidiano?
SC: Desde luego, aparte de leer y escribir, me gusta mucho tener momentos de calma, una cena tranquila, reunirme con alguien para charlar, ver televisión, en especial películas, me gusta caminar por la ciudad, mirarla, también otras cosas como lavar platos, regar plantas, ordenar placares o bibliotecas.
ML: Y por último … Un lugar/ década/ poeta que te hubiera gustado ser.
SC: Podría fantasear aquí con deseos diversos, con momentos de la historia que me atraen, con lugares. He dado muchas vueltas a esta pregunta y acudieron a mi mente algunos ámbitos, tiempos remotos o cercanos, escritores varios. Vuelta y vuelta y sin definir la cosa. Porque al cabo me encuentro que sólo puedo decir que cada quien es quien es o fue, que tuvo o tiene su época y lugar. Y que según yo imagino a alguien que me habría gustado ser, allá lejos, más cerca –en el tiempo y el espacio- es otro, o sea no es yo, ni podría nunca ser. Por eso a esos admirados y que por tanto habría querido ser, prefiero preservarlos como criaturas que habitan mi imaginación. Soy lo que soy incluidos mis sueños de haber sido otro (o como otro) y de haber vivido en otros años o sitios. Sueños entonces, míos, pero siempre acá, en este acá, mi ciudad, Buenos Aires, mi salto de siglo, mi pasado, lo que tengo e intento tener.
SUSANA CELLA.
(Buenos Aires, 1954). Autora de los libros de poemas Entrevero (Sigamos Enamoradas, 2008) , Tirante (Paradiso, 2001), Río de la Plata (La Bohemia, 2001), Eclipse (Zorra Poesía, 2005) y De Amor (dientes, paredes arrugadas) (Zorra Poesía, 2006); las novelas El Inglés (Paradiso, 2000) y Presagio (Santiago Arcos, 2007), el ensayo El saber poético (Fac. de Filosofía y Letras UBA/ Nueva Generación, 2003), entre otros. Publicó poemas y ensayos en revistas, capítulos de libros, antologías o ediciones en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, México y Uruguay. Traduce literatura en lengua inglesa. Fue becaria de la Universidad de Buenos Aires (1990-1998), y obtuvo la beca de ILE (Ireland Literature Exchange), Dublin, 2007. Colabora en revistas y periódicos. Es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde trabaja como profesora e investigadora. Coordina el Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.
2 comentarios:
Las entrevistas están excelentes, un diálogo entre poetas.
Lo digo porque las introducciones (la de Armando Roa también)están escritas bellamente, y las respuestas están a la altura de las preguntas: trazan una poética.
Sigan con la difusión.
Saludos!
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