por María Ximena Venturini
El viaje de Urien
Gadir Editorial
$46
El siglo XX fue un siglo de rupturas. Ante diversas re-ediciones del imprescindible autor francés André Gide, como El inmoralista o El Viaje de Urien, no podemos dejar de pensar qué papel ha jugado este autor en la narrativa. Él fue el encargado de quebrar la novela, absolutamente, totalmente, ante la ya tan gastada decimonónica: en 1925, a los 56 años de edad, publica Los monederos falsos. Tildada burlonamente de experimental, Gide expone su sinceridad mostrando su rebeldía metafísica. Sosteniendo que la novela refleja (o debería) la esencia misma del hombre, nos da el concepto gideano de disponibilidad. Estar disponible es poder romper con las convenciones, con todo lo que aprisiona y no deja ser. Literariamente, su ruptura con el naturalismo (con el realismo) demuestra su principal objetivo: mantener las distancias existentes entre arte y vida. Para ello coloca en el centro al protagonista Eduardo, un novelista que escribe una novela titulada "Los monederos falsos" cuyo tema profundo es, será, “la rivalidad entre el mundo real y la impresión que de él nos hacemos” (Gide, 1985, 210). Distanciando a la novela de la realidad, llega a su ideal; “la novela pura”. Se trata, al igual que Valéry en poesía, de despojar al género de todos los elementos ajenos a su naturaleza. En contra de la idea balzaciana de que la novela debía “hacer competencia al estado civil” Eduardo ataca esa idea y designa al genio creador ante todo. Los métodos para lograr el distanciamiento con la realidad son varios: la existencia de múltiples y superpuestas tramas, la composición en abismo (myse en abysme) expuesta en el diario dentro del diario, la ruptura de la linealidad del tiempo, el empleo de las relaciones hiperestésicas y, por último, el concepto de obra abierta. Torbellino, novela en la novela, estética de lo discontinuo…eso y más nos regala Gidé.
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