lunes, 24 de noviembre de 2008

Metano. Walter Iannelli


Metano
Walter Iannelli
Editorial Paradiso. 2008

Por Valeria Tentoni

Walter Iannelli, de 1962, narrador y poeta, nos trae en este, su último libro, diecisiete cuentos cortos. En clave realista, el autor pasea por diferentes ámbitos a sus personajes. Un fin de semana familiar en casa de un amigo, en donde se pone en jaque la noción misma de familia; una concatenación de estallidos a los ojos de un niño; una adolescente –Teresita- que perdura en la mujer de un amigo y no en la matrona con la que duerme Lucho; una pintora que mira el parque como una forma de “guardarlo a perpetuidad, sin dañarlo” en vez de dibujarlo; un cuento policial con dos muertos desde la óptica de un policía que “si pudiera, correría”; un tal Drode, escritor, como fantasma para la construcción de una imagen de literato fracasado; niños jugando a la trampa en la noche; un colectivo para dos; un fotógrafo amateur que deviene en testigo; lo occidental y lo oriental debatiéndose en el consultorio de un chino; la memoria muerta de un Tata; de nuevo un escritor, esta vez un crítico (casi la viceversa de aquel del cuento anterior, la revancha); un gol en el rincón de las ánimas; un círculo de sensualidades truncadas; un periplo feliz sólo para un niño.

Como eje de narración: el vínculo. Uno que va pasándose de historia a historia en formaciones dobles o familiares, desde la óptica ya del vencedor o del vencido, que siempre se abraza a ese elemento como a un péndulo; el de las relaciones entre sujetos.

Gidé y la necesidad de decirlo todo

por María Ximena Venturini





El inmoralista
De bolsillo
$22







El viaje de Urien
Gadir Editorial
$46








El siglo XX fue un siglo de rupturas. Ante diversas re-ediciones del imprescindible autor francés André Gide, como El inmoralista o El Viaje de Urien, no podemos dejar de pensar qué papel ha jugado este autor en la narrativa. Él fue el encargado de quebrar la novela, absolutamente, totalmente, ante la ya tan gastada decimonónica: en 1925, a los 56 años de edad, publica Los monederos falsos. Tildada burlonamente de experimental, Gide expone su sinceridad mostrando su rebeldía metafísica. Sosteniendo que la novela refleja (o debería) la esencia misma del hombre, nos da el concepto gideano de disponibilidad. Estar disponible es poder romper con las convenciones, con todo lo que aprisiona y no deja ser. Literariamente, su ruptura con el naturalismo (con el realismo) demuestra su principal objetivo: mantener las distancias existentes entre arte y vida. Para ello coloca en el centro al protagonista Eduardo, un novelista que escribe una novela titulada "Los monederos falsos" cuyo tema profundo es, será, “la rivalidad entre el mundo real y la impresión que de él nos hacemos” (Gide, 1985, 210). Distanciando a la novela de la realidad, llega a su ideal; “la novela pura”. Se trata, al igual que Valéry en poesía, de despojar al género de todos los elementos ajenos a su naturaleza. En contra de la idea balzaciana de que la novela debía “hacer competencia al estado civil” Eduardo ataca esa idea y designa al genio creador ante todo. Los métodos para lograr el distanciamiento con la realidad son varios: la existencia de múltiples y superpuestas tramas, la composición en abismo (myse en abysme) expuesta en el diario dentro del diario, la ruptura de la linealidad del tiempo, el empleo de las relaciones hiperestésicas y, por último, el concepto de obra abierta. Torbellino, novela en la novela, estética de lo discontinuo…eso y más nos regala Gidé.

jueves, 20 de noviembre de 2008

No basta que mires, no basta que creas.

Por Valeria Tentoni
No basta que mires, no basta que creas.
Edgardo Scott
Editorial Universidad de La Plata
2008



Esta novela de Edgardo Scott (Lanús, 1978), fue prologada por Martín Kohan, quien ya nos advierte acerca de la bifurcación del relato, diciendo que el autor “ilumina cada mundo desde el otro”. Dos personajes; dos conflictos; la síntesis en el título, dando cuenta de ambos universos. Federico, un hombre que tiene la obsesión de perseguir mujeres para mirarlas, y luego intentar tocarlas –rozarlas, apenas-; y Mariana, una joven que comienza a conducirse conforme el horóscopo semanal le indique, inundada por un sentimiento de soledad inenarrable, que busca un eje en aquellas breves líneas que, a modo de directriz, parecen diagnosticarle el camino. La urgencia como elemento unificador en ambos personajes; la insistente puja de dos ánimos entristecidos, la latencia en la búsqueda, la perseverancia obstinada por caminos disímiles, hacia un encuentro. “Dicen que los que buscan matarse comienzan por no dormir” nos cuenta Federico desde su insomnio; “No apueste a que esta calma se mantenga mucho tiempo” le informa el horóscopo a Mariana.

Con un trazo limpio y dinámico, el autor navega la historia desde ese juego de voces, que por momentos dialogan y por momentos parecen hablarle al eco. Es en ese vacío tremendo que logra narrar con destreza, donde nada basta, nada alcanza, y sólo queda aquella urgencia como promesa de llegada, como motor vital.



lunes, 17 de noviembre de 2008

ENTREVEROS


ENTREVISTA A SUSANA CELLA

*Por Marian lutzky



La primera vez que la escuché, en uno de esos bares de corrientes, traía consigo la mística de la palabra. Ella, con sus ojos grandes y su pelo largo, una gran maestra contando sus historias, envolviéndome en el sismo. Me podría haber quedado hasta la mañana siguiente de no ser porque debía devolverme a lo que debía en ese momento.
Escucharla es un placer, una sensación de aire puro, fresco y verdadero. Traductora de ingles y enamorada de Vallejo, del joven Werther, de Saer, nos habla apasionada de quienes la han marcado. Comenzó aprendiéndose el Himno Nacional completo, si si, todas las estrofas y de memoria porque “me emocionaba lo épico”. Identificada con Jo de Mujercitas, la primer novela que leyó, hoy, con su doctorado en Letras y sus estudios en Dublín, luego de presentar su último libro “Entreveros” en el Centro Cultural de la Cooperación, nos habla de sus comienzos. Cómo fue creciendo su pasión por la literatura y la poesía, cómo escribió su primer poema, la manera en que vive su profesión.
Amante compulsiva de las letras, con la dulzura y la humildad de los grandes maestros, nos enseña con la palabra, la palabra misma.

M.L: Sos poeta, narradora, ensayista, profesora … ¿Cómo fue que te iniciaste en la literatura?
S.C: Quizá suene un poco a lugar común, pero así fue. Desde muy chica me aprendía de memoria, y por mi cuenta, los poemas que encontraba en los libros de la escuela, incluso el Himno Nacional completo, me emocionaba lo épico. Pero esos avatares neoclásico se fueron luego ante la llegada del romanticismo cuando a los diez años me regalaron Mujercitas, ni falta hace decir que me identifiqué con Jo, y poco empecé a escribir una novela. Por ese entonces, tenía la duda de si los personajes tenían que hablar de tú o de vos, pero más tarde, cuando en la escuela leí a Cortázar y a Borges, me fui dando cuenta del idioma de los argentinos, y también de cuánto me importaba el lugar al leer los nombres de calles que conocía en el Adán Buenosayres. El idioma y el lugar quedaron grabados como marcas que el tiempo se encargó de hacerme notar como fundamentales en la escritura. Por otra parte, estudiaba inglés, así que en la adolescencia leí a Oscar Wilde, a Joyce (ni sabía quién era), a Jane Austen, a Dickens, y varios más. También me aprendí poemas de memoria, Byron, Longfellow y el monólogo de Porcia de El Mercader de Venecia. Simultáneamente seguía con novelas, cuentos y poemas en castellano. Me fascinaban Garcilaso, Quevedo, Góngora, me emocionaba por entonces con Bécquer. Y aunque me había impuesto algo así como leer sólo en idioma original, no sucedió, por lo que me enamoré del joven Werther. Y empecé a escribir un diario, donde anotaba historias, observaciones, retazos de poemas. De esos tiempos rescato sobre todo la libertad que da la inocencia, y un modo de leer al que Barthes se había referido –cosa que me enteré mucho después- en El placer del texto. No empecé estudiando Letras sino Historia, quizá por ser fiel a mi primera decisión, pero enseguida me di cuenta de que lo que en verdad me gustaba era lo literario de la historia, sus ficciones reales. La carrera me proporcionó muchas lecturas que quizá no habría hecho, me dio también una profesión que me permite al menos el intento de transmitir el gusto por la lectura. Claro que con la carrera encima, de pronto uno siente el peso de cierta mirada hipercrítica hacia lo que escribe o intenta escribir. En cuanto al trabajo, a la falta de tiempo, creo que aunque uno tenga otra profesión igualmente está el problema, salvo que no necesite trabajar para mantenerse.

M.L: El primer poema que escribiste, ¿Lo recordás? ¿Qué sentiste?
S.C: Vagamente recuerdo algunos versos, era, digamos, bastante espiritual, con ciertas pretensiones de filosofar sobre el destino, me parece, y unas palabras que había ido recogiendo de mis lecturas poéticas, recuerdo que se trataba de alguien en soledad, alguien que esperaba “la caricia de la alfombra húmeda” (en ese tiempo me parecía una imagen adecuada para el mar), hablaba de la inmensidad inefable, y cosas así. Fue por la época en que en el colegio donde yo iba se había organizado un concurso literario y ahí recibí por mi engendro metafísico y sentimental un diploma y una rosa, como se ve, muy cursi mirado desde ahora. Entonces me parecía casi sublime.

M.L: ¿Qué significa para vos escribir Poesía? ¿Qué valor tiene la palabra en tus trabajos?
S.C: Encontrar una forma, primordialmente. De ahí que aborde géneros diferentes. Escribir poesía y prosa, escribir a secas, es encontrar o tratar de encontrar el modo de decir lo que íntimamente siento y pienso, es buscar sentido, es el intento de conformar en el lenguaje algo que sobreviene e insiste, es seguir un impulso y enfrentarse a un reto. Es dejar salir lo que busca su expresión. En cuanto al valor de la palabra, si es la materia prima de la escritura, como lo sería para un escultor, por ejemplo la piedra, no es ni más ni menos que primordial, sin ella no habría escritura. Y la palabra al ser materia, al conformarse en el texto esa sustancial presencia es centro de irradiación de significados, no es un medio por el cual decir algo, es algo que no podría decirse de otro modo sin que cambiara, no hay sinónimos en poesía. El tema se configura en el poema, inclusive puede pasar que haya una tendencia primera a referirse a una cuestión determinada y en el transcurrir de la escritura, vaya tomando otros caminos, lleve a otras zonas de la significación, algo quizá comparable con esa idea de que en una narración los personajes empiezan a actuar como por cuenta propia. Como en el proceso de escribir intervienen tanto la conciencia como lo inconsciente, ¿qué tema prefijado podría dictaminarse cuando hace su irrupción algo que está ahí, buscando abrirse camino para llegar, siquiera someramente, a constituirse en palabra? Por tanto creo que mi preocupación es lograr que el poema tienda (no sé si lo logra o no, pero es lo que exijo, el punto irreductible) a conjugar en una forma artística un máximo de potencia expresiva a partir de la combinatoria más ajustada posible de sus constituyentes, o sea, el ritmo, la disposición en la página, la sintaxis del poema, su desafío a las restricciones de la gramática. Esa potencia expresiva en el intento de que la palabra despliegue toda su fuerza es mi preocupación estética fundamental.


M.L: ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo llegás al poema?

S.C: De modos diversos. A veces aparece una frase, la anoto, porque veo en ella como un germen que puede crecer. En otros casos, hay una necesidad de registrar algo a partir de lo que estoy leyendo y me llama la atención, como una sugerencia que bien puede transformarse luego en motivo o cita, desencadenar tal vez un relato o un poema. En algunas ocasiones, surge algo así como un texto extenso, medio torrentoso, a veces demasiado, igualmente lo escribo. En todos los casos es como el punto inicial para la elaboración posterior. A veces se piensa que un acontecimiento conmocionante en la vida del sujeto empírico que escribe, hace que brote un poema relacionado con eso, bueno, creo que no es precisamente lo que me sucede, en todo caso, puede estar el registro del hecho, pero difícilmente quede ahí, quizá porque piense que falta, me falta, una cierta distancia para la elaboración que la inmediatez del hecho estaría impidiendo. Lo importante es dejar la impresión, como quien dice, la huella escrita que sirva de potencia reminiscente. Y esa potencia permite el acto de la escritura.

M.L: ¿Qué poetas, escritores, artistas, poesías o experiencias han marcado tu vida poética?
S.C: Puedo nombrar varios, empezando por los barrocos, podría nombrar a Federico García Lorca, Miguel Hernández, José Martí, Pablo Neruda, James Joyce, William Faulkner, Juan Rulfo, Francisco Urondo, Juan Gelman, Leónidas Lamborghini, José Lezama Lima, un conjunto vario, como se ve, con el común rasgo de la cualidad poética. Pero hay dos que son fundamentales: César Vallejo y Juan José Saer. En cuanto a las experiencias, aquellas que tienen que ver con momentos de amor y dolor, no simplemente pensados en un sentido individual, sino en el mundo que me ha tocado habitar, por eso no podría dejar de estar en la escritura –más velada o explícitamente- todo aquello que como seres humanos nos atañe, aunque casi resulte obvio nombrarlo, la muerte, la vida, el mundo, la política, la historia, las dichas y padecimientos personales y colectivos. Sin embargo no tan obvio si se piensa en propuestas que se desligan de su contexto, o bien, lo frivolizan. Cuando la palabra toca, en sentido musical, suena, es porque en ella hay algo vinculante que involucra los sentimientos y la razón, tendiendo a la palabra plena, esa es la búsqueda, la de los escritores y artistas que admiro, y es lo que trato de plasmar desde mis experiencias.

M.L: Octavio Paz en su libro El arco y la lira se pregunta si la poesía puede tener como objeto propio más que la creación de poemas, la de instantes poéticos. ¿Cuáles son para vos esos instantes poéticos en tu poesía?
S.C: Creo que un texto que se quedara en una especie de juego de procedimientos, quizá sería atractivo; que un texto de tipo catártico, como para desahogar penas, tal vez serviría a ese fin; que un texto que no sea sino una ristra de impresiones, en lenguaje más o menos burdo, grosero o sublime, como sea, un texto que se limite a registrar alguna cosa irrelevante o anecdótica, tal vez reciba el nombre de poema, y hasta puede que así sea celebrados, ahora, ¿dónde estaría ahí eso profundo que hace pensar en que la poesía existe para producir algún tipo de sensibilidad o conmoción ante los encantos y horrores del mundo, ante el semejante, ante sí mismo, o algún conocimiento, del tipo que sea, el atisbo de un saber, lo que el instante poético revelaría epifánicamente. Ese instante, creo que lo podría pensar en mis poemas, como el breve momento en que, si lo logro, la poesía se deja ver en la fugacidad.

M.L: De tu obra, si tuvieses que elegir un poema o fragmento… ¿Cuál sería?
S.C: No es fácil elegir un poema o fragmento, y creo que por más de un motivo, quizá porque uno quiere mucho a sus invenciones, quizá porque a alguna la quiera dejar un poco entre paréntesis. Sin embargo, hecha esta salvedad, nombro uno: el poema “Niebla sobre la luna esmaltada” de Eclipse.

M.L: Acabás de presentar tu último libro en el Centro Cultural de la Cooperación, “Entrevero” de la editorial Sigamos enamoradas ¿Qué sentís cada vez que publicas un libro? ¿Cuáles son las sensaciones que te provoca la exposición, la llegada a otras personas?
S.C: Hay una mezcla rara y contradictoria de sentires y pareceres. Alegría por haber podido concretar un libro, por una parte, en el otro extremo la idea de que es un espanto que no debí haber publicado, y todas las variantes intermedias. Y eso claro tiene que ver con lo que uno se propone hacer, lo que le propone a los demás, la lectura como una especie de diálogo infinito. La exposición asusta, pero no podría quedarme ya encerrada en una vitrina, en una falsa tranquilidad, mirando pasar la historia, las palabras. Creo que cuando se toma la palabra se asume un riesgo, y que vale la pena.

M.L:¿Qué pensás de la recepción que tiene la poesía en argentina? ¿Y de los ciclos de lectura oral?
S.C: Si hablamos de recepción de la poesía, tenemos que pensar en un nivel de circulación general y continuo que se daría sólo con algunos clásicos o autores populares, y hasta ahí. Si pensamos en quienes leen y escriben, creo que la recepción está fragmentada, y esto hace a una especie de autoalimentación de grupos. La lectura es indispensable para la escritura, es como la otra cara inseparable de la moneda, en ese aspecto, creo que falta un conocimiento de la tradición, que es imprescindible leer para ver de qué modo la palabra poética fue plasmándose en la historia, en las poéticas diversas. Tenemos grandes poetas, son como referencias, no para imitar, sino para recibir como alimento, y cuanto mayor conocimiento, más se enriquece la recepción de las diversas líneas que coexisten en un momento determinado, por ejemplo en la contemporaneidad, el momento me parece más difícil porque no hay sobre él algo así como el espesor de lecturas. En cuanto a los ciclos de lectura oral me gustan cuando la protagonista es la poesía y es ella quien se ve. No me gustan cuando parecen maratones de lectura o carrera de postas ni cuando más bien son eventos sociales donde la poesía es una especie de excusa o complemento.

M.L: ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
S.C: Los que al ir pasando las páginas esperando que surja la palabra poética (en poesía o prosa), se empeñan en la banalidad, el lugar común, lo superficial, la escritura deficiente por tosca o pretenciosamente hueca.

ML: ¿Hay para vos algún libro olvidado en la poesía argentina?
S.C: Me dan cierto temor las hipérboles, y creo que a esta pregunta habría que responder con una. Tal vez no sea un solo gran libro olvidado, quizá más. Por otra parte, quizá no haya una sola forma de olvido, que esté registrado y se nombre un libro, no hace a que esté verdaderamente presente. Preferiría más bien andar por los caminos de la literatura y encontrar buscando.

ML: ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que quiere ser poeta?
SC: Que lea mucho, que haga ese camino de aprendizaje que no se enseña sino que se aprende, que se juegue por su palabra porque esa palabra se lo merece, que no se deje arrastrar por modas, que encuentre su forma sin dejar nunca de buscar.

ML: ¿Cuáles son las cosas que disfrutas hacer, en lo cotidiano?
SC: Desde luego, aparte de leer y escribir, me gusta mucho tener momentos de calma, una cena tranquila, reunirme con alguien para charlar, ver televisión, en especial películas, me gusta caminar por la ciudad, mirarla, también otras cosas como lavar platos, regar plantas, ordenar placares o bibliotecas.

ML: Y por último … Un lugar/ década/ poeta que te hubiera gustado ser.
SC: Podría fantasear aquí con deseos diversos, con momentos de la historia que me atraen, con lugares. He dado muchas vueltas a esta pregunta y acudieron a mi mente algunos ámbitos, tiempos remotos o cercanos, escritores varios. Vuelta y vuelta y sin definir la cosa. Porque al cabo me encuentro que sólo puedo decir que cada quien es quien es o fue, que tuvo o tiene su época y lugar. Y que según yo imagino a alguien que me habría gustado ser, allá lejos, más cerca –en el tiempo y el espacio- es otro, o sea no es yo, ni podría nunca ser. Por eso a esos admirados y que por tanto habría querido ser, prefiero preservarlos como criaturas que habitan mi imaginación. Soy lo que soy incluidos mis sueños de haber sido otro (o como otro) y de haber vivido en otros años o sitios. Sueños entonces, míos, pero siempre acá, en este acá, mi ciudad, Buenos Aires, mi salto de siglo, mi pasado, lo que tengo e intento tener.




SUSANA CELLA.
(Buenos Aires, 1954). Autora de los libros de poemas Entrevero (Sigamos Enamoradas, 2008) , Tirante (Paradiso, 2001), Río de la Plata (La Bohemia, 2001), Eclipse (Zorra Poesía, 2005) y De Amor (dientes, paredes arrugadas) (Zorra Poesía, 2006); las novelas El Inglés (Paradiso, 2000) y Presagio (Santiago Arcos, 2007), el ensayo El saber poético (Fac. de Filosofía y Letras UBA/ Nueva Generación, 2003), entre otros. Publicó poemas y ensayos en revistas, capítulos de libros, antologías o ediciones en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, México y Uruguay. Traduce literatura en lengua inglesa. Fue becaria de la Universidad de Buenos Aires (1990-1998), y obtuvo la beca de ILE (Ireland Literature Exchange), Dublin, 2007. Colabora en revistas y periódicos. Es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde trabaja como profesora e investigadora. Coordina el Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.

martes, 4 de noviembre de 2008

La potencialidad de la literalidad: desviación escrita contra la imagen. Tesis contemporáneas de Ricardo Piglia

Apuntes de la Conferencia de Ricardo Piglia en la Casa de las Américas de Madrid, por Laura Lattanzi

Dentro del marco de la semana de autor que organiza la Casa de las Américas de Madrid, Ricardo Piglia ha presentado sus nuevas tesis en lo que refiere a la producción y recepción de la literatura contemporánea.
Piglia, comienza por una pregunta un poco paradójica en este contexto: ¿Dónde está la literalidad, lo específico de la literatura, que lo distingue de otros usos del lenguaje? Esta búsqueda, inocente a los ojos de los ingenuos posmodernos y de una fuerte impronta formalista, lo lleva, ni más ni menos, a reencontrarse con la figura del lector. Así de una pregunta que parte por buscar lo esencial, termina recurriendo a la recepción y no a la práctica productiva/creativa. Para comprender este proceso Piglia nos esboza, aunque no de forma improvisada, dos hipótesis sobre la literatura en tiempos de auge tecnológico.
La primera podemos denominarla como utilización desviada de la técnica. Aquí Ricardo Piglia nos ofrece un personal recorrido por las posibilidades de subvertir y/o hacerse propias, las técnicas de escritura objetivas, que nos impone el desarrollo histórico de las fuerzas productivas (si se me permite el término marxista). Los ejemplos más ilustrativos a los que recurre: el de Kerouak con su escritura automática, y el de Henry James cuya escritura cambiaría en un estilo más “extensivo”, luego de contratar una de las primeras mecanógrafas. Por lo tanto lo que aquí se pretende destacar es que la posibilidad de subvertir la técnica no es algo nuevo, especifico de nuestros tiempos, ni siquiera de tiempos modernos (en todas las acepciones de este ya extenso y maltratado concepto).
En su segunda hipótesis sí responde a las condiciones emergentes, y refiere a los cambios actuales en la temporalidad. Somos todos conscientes de los cambios en la velocidad de circulación y de acceso, que modifican las formas de producción, distribución y recepción de obras. Este auge de la velocidad, la ansiedad, los deseos de inmediatez, producen una hegemonía de la imagen sobre la palabra escrita; lo que queda confirmado en el dicho popular: “Una imagen vale más que mil palabras”. De esta forma ¿como se posiciona la literatura, la palabra escrita, frente al avasallamiento de las imágenes? Piglia nos ofrece dos recursos y herramientas.
· En primer lugar a pesar de lo vertiginosa que hoy se ha puesto la temporalidad, siempre nos encontraremos frente a un obstáculo objetivo: más allá de todos los avances tecnológicos, nuestro tiempo de lectura siempre será el mismo. Piglia en este sentido se dice optimista de los nuevos cambios, por que ese mismo obstáculo, el del tiempo de lectura, supone que el lector pueda seguir dominando la situación, aunque no sea por decisión propia. Leer es por si solo una experiencia que condiciona la técnica, ya que, como hemos dicho, impone su particular temporalidad, que responde a ritmos propios (tiempo de lectura en general, y el de cada uno al momento de leer). A partir de esta perspectiva Piglia recuerda a Macedonio Fernández, cuya lectura implica un “lector salteado”, de percepción distraída, todo un precursor para nuestro tiempo. De esta forma la literatura también implicaría un “parar la marcha”, estableciendo relaciones estables entre el movimiento del lenguaje y la experiencia.
· En segundo lugar, el segundo recurso contra el predominio de la imagen en tiempos que exigen lo vertiginoso, lo encuentra en la poesía. Porque si de “ahorro” del tiempo se trata, de palabras que funcionen como imágenes, Piglia advierte que los poetas son los mejores. Es la palabra poética la que “nos dice más en menos”, una palabra poética habitada por más de una imagen. Sin embargo nosotros nos preguntamos por este uso de la poesía. Quizás pequemos de formalistas o quizás se le quite a la palabra poética su especificidad que no debe ser reducida a otro registro, en este caso la imagen. Por que la poesía también, se hace cargo de las insuficiencias del lenguaje, y así recurre y juega con sus límites; desborda y se siente incansable en esa inefabilidad.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Armando Roa Vial: El apocalipsis de las palabras





*Por Marian Lutzky

Del otro lado de la cordillera, en Santiago, nace Armando Roa Vial en 1966.
Es uno de esos poetas que al leerlos sentimos su inmortalidad, el deseo de que perdure su magia a través del tiempo. Su poesía se escucha, como un impromptu apasionado de Chopin, una sonata patética de Beethoven o un claro de luna donde la muerte es claustrofobia y la vida y la incógnita hacen florecer a la primavera desde el lenguaje y la música de las palabras. Armando es, sin dudas, un hacedor multifacético. Intérprete de cello y abogado penalista, su búsqueda poética se acerca a la vida y a la muerte y a la enfermedad. Influenciado por un padre Psiquiatra, puede escribir la terrible procesión de una receta médica, en unos poemas titulados entre otros "Acedia: ravotril o.5 mm.”, “Hipocondriasis i: tegretal 1 mm . Hacer las palabras un grito, una música que no se agota en el sonido, revelando un sentimiento en sí donde la palabra es símbolo y es evocación.

El poeta y narrador, compositor, políglota, trasgresor de las barreras artificiosas entre los géneros, investigador, ensayista, trasgresor del tiempo y espacio, nos demuestra que se está vivo, que el escritor crece en su obra, nos revuelve las letras y nos intima en preguntas. Nos deja en el ensimismamiento de la poesía que nos hace sentir, vivenciar. Recibimos esa pulsión de vida y de muerte a través de su palabra.

El poeta entonces, vive. Escuchémoslo nosotros

En alguna entrevista has contado que de niño tomaste el té con Borges… Contanos de ese encuentro ¿Cómo influyó en vos?
Sí, así es, aunque no era tan niño. Tenía 16 años y lo visitamos junto a mis padres y mi hermana, gracias al contacto de un librero de Buenos Aires. Lo llamamos por teléfono y nos invitó a tomar té a su departamento. Así de sencillo, sin pasar por intermediarios o secretarias. Fue un encuentro imborrable. La simpatía, la modestia y la cultura de Borges matizaron una conversación muy entretenida sobre sus sueños, esperanzas y temores y de cómo éstos se veían reflejados en su obra. El momento más especial se produjo cuando nos recitó el “Padrenuestro” en anglosajón, donde la aspereza del inglés antiguo y la guturalidad de la voz de Borges se conjugaron en un efecto sonoro muy potente, que nunca olvido. Borges ha sido para mí siempre un autor de cabecera: su mayor influencia en mí ha sido el descubrir la dimensión creativa de la escritura como un acto de lectura, operaciones gemelas e indisociables, y también la noción de la obra literaria como texto abierto, inacabado, susceptible de infinitas reelaboraciones o reescrituras.


¿Cómo empezaste a escribir? ¿Qué sentiste cuando escribiste tu primer poema?
Empecé a escribir estimulado por la literatura fantástica y de aventuras, por el placer de libros como “La Isla del Tesoro” o las “Aventuras de Arthur Gordon Pym”. La poesía me comenzó a interesar en la adolescencia, ya que pensé que en ella se podía fundir el arte de la palabra con otra gran pasión: la música. No recuerdo lo qué sentí al escribir mi primer poema, aunque sí la alegría al leer el primero verso de un poeta que me gustó: “A thing of beauty is joy a forever”, “algo bello es un goce eterno”, de John Keats. Fue una emoción tremenda, muy teñida de nostalgia.

Aristóteles decía que “nada hay en común, excepto la métrica, entre Homero y Empédocles; y por esto con justicia se llama poeta al primero y fisiólogo al segundo” ¿Qué es lo que hace que un poeta sea un poeta?
Lo que hace un poeta sea poeta lo dijo, de manera casi insuperable, un poeta que desconfiaba de los poetas. Se llamaba Edward Cummings: “el poeta es un hombre que es capaz de dar su vida por salvar la arquitectura de un rayo de sol”.


Sos una persona versátil, además de traducir el Beowulf, de ser ensayista, narrador, poeta, sos intérprete de cello. ¿Cómo se relaciona la música con tu literatura?
La música siempre ha ocupado una dimensión fundamental en mi escritura. En el caso de la poesía, probablemente la forma de verso que más me ha influido es el verso aliterado, donde ritmo y sonido se funden. La palabra es una forma de hacer audible al mundo; comparte con la música la presencia de sonoridades y tesituras , de un tejidos y un pulso; pero a diferencia de la música posee la virtud de la referencialidad, de tener una residencia en realidades tangibles y no agotarse en lo puramente sonoro.

Yo creo que hay poesías sin poemas; un paisaje, una sensación, una persona, pueden ser poéticos ¿Qué instantes poéticos te deleitan?
Así es, la poesía en ningún caso queda confinada al poema; puede ser perfectamente un territorio sin mapas verbales. No sé cuáles pueden ser los instantes más poéticos, precisamente porque lo poético, al menos para mí, está en la sorpresa, en el asombro ante el despertar de algo que nunca termina de despertar, que irrumpe con la fuerza de lo inédito allí donde nada parecía inédito, y que nos interpela con una mezcla de pudor y coquetería, mostrándose y escondiéndose, acercándose y alejándose.

Tu padre, Psiquiatra, vos, te has recibido abogado penalista, ¿Cómo influye tu padre y tu carrera en tu poética?
Mi padre me influyó muchísimo. Tenía una biblioteca monumental y era un lector muy voraz, no sólo en su área, sino también en historia, filosofía y literatura. Fue él quien me mostró a poetas como Keats, Whitman, Eliot o Pound. Además, era un humanista ejemplar, que vivió siempre como una persona cabal, muy leal a sus convicciones y sus afectos. La profesión de abogado me ha ayudado para algo muy saludable: mantenerme fuera de las “academias literarias” y, en general, de tantos poderes fácticos que medran en los ambientes intelectuales buscando domesticar la creación en nombre de tal o cual canon, dogma o consigna.

¿Cuáles son las preocupaciones en tu escritura?
Me interesa el problema de la referencialidad del lenguaje, del poder o la impotencia de la palabra ante aquello que nombra, una poesía sobre las posibilidades de la poesía. Al mismo tiempo me apasiona el tema del poema abierto, susceptible de infinitas mutaciones, y es ahí donde entra el tema de la traducción, la reescritura y todas las formas de intertextualidad, borrando la barrera entre el lector y el escritor, poniendo entre paréntesis la noción de autoría.

Celan dice “Sólo manos verdaderas escriben verdaderos poemas”; ¿Quién para vos es un verdadero poeta, con todas las letras?
Lo de Celan es muy lindo y creo que él mismo fue un ejemplo de poeta verdadero, es decir, insobornable, escribiendo porque sentía una necesidad fatal e impostergable de hacerlo, jugándose la vida en ello.

Hay unos versos tuyos que me enloquecen el pensamiento: "El silencio, después de todo, es una liberación solitaria. Quemados los nombres, desbautizadas las cosas: el apocalipsis de las palabras." ¿Qué lugar ocupa la palabra en tu poesía? ¿Qué significa para vos?
Mira, esos versos juegan con varios poemas de Celan y apuntan a una obsesión que cruza toda mi poesía: la posibilidad de un lenguaje verbal que se abisma en el silencio para buscar nuevas zonas de significado. El silencio no lo veo como ausencia; es más bien el espacio que se abre entre la palabra y la cosa designada por la palabra, ese hiato intermedio que es el territorio seminal donde se fragua la referencialidad del lenguaje. El poema es entonces una tentativa de espeleología, un desplazarse no ya en la superficie del significado sino en su madriguera, su sótano

En tu último libro “Los hipocondríacos no se mueren de miedo” y en otros anteriores como “Zarabanda de la muerte oscura”, hay un tema recurrente que es la enfermedad y la muerte… ¿Qué papel cumple en tu poesía la muerte? ¿Qué es para vos, morir en tu poesía?
Sí, la muerte y enfermedad me acompañan siempre. Vivimos en una época donde la muerte y, en general, los signos de fragilidad física, son escondidos, disfrazados o maquillados. Y yo apuesto a lo contrario: a la salubridad de la enfermedad, que nos ayuda a sentirnos vivos. Estar enfermo es, etimológicamente, no estar firme, lo cual es una metáfora que se puede trasladar al lenguaje, que jamás está asentado, que siempre está luchando por tomar forma y no desaparecer. En mi poesía la muerte es eso: un saberse no instalado, ni siquiera en el poema mismo, el que va deshaciéndose una y otra vez en muchas voces que se buscan unas a otras. .

¿Te arrepentis de algo que hayas publicado?
Estoy siempre arrepentido. El poema pide arrepentimiento para que podamos volver una y otra vez sobre él.


¿Cuál es el poema que más te ha marcado en tu escritura, aquel al que le tengas un aprecio especial?
Creo que el poema “A la palabra Sótano”, porque prefigura todo lo que viene después.

¿Quién o quienes son infaltables en tu mesita de luz?
Probablemente al autor que más leo y releo es Ezra Pound. Le debo casi todo. Siempre lo llevo conmigo porque la emoción que me embarga al leerlo nunca pierde intensidad.

¿Algún consejo para alguien que quiera ser poeta?
Que lea muchísimo; un buen lector es ya un buen poeta. Si la tentación de escribir lo doblega, que lo haga, con sangre sudor y lágrimas, sin apuros ni complacencias. Que no se deje seducir por nada que no nazca de una convicción profunda, firmemente sentida. Que deje a un lado las pirotecnias de los cánones y los dogmas. Que desconfíe de los mandarines de la academia y de la prensa como también de los pandillajes literarios. Y lo más importante: que sea una persona buena, generosa, íntegra. No hay mayor sensibilidad ni mejor inteligencia que la bondad.


Y por último… ¿Qué te provoca la poesía?
La alegría de volver al asombro de la niñez.

Algunos poemas:


De la palabra sótano



De tanto jugar con el lenguaje
olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano
y la noche se desbarrancó escaleras abajo
entre paredes que se ajaban en silencio
y estertores de relojes
y baúles polvorientos
y un vago tumulto de pensamientos muertos.
Todo se volvió subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
Y entonces sentí que algo se despeñaba
en la profundidad devoradora de mi boca
hasta convertirse en forma sombría,
en opresión de tierra
y en proximidad de huesos.



DE LA CITA VIII


Ese Apocalipsis
de las palabras
-tanto labio depuesto en boca del silencio-
celebrando
la pubertad de la muerte
-muerte en celo,
expresión tomada al pie de una frase
que no puede sostenerse a solas:
soy el que soy porque nadie soy.

Chilean Poetry, de Rodrigo Arroyo

"Las calles vacías nos pertenecen a todos"

Por Valeria Tentoni

Los poemas son "caballos perdidos en el laberinto" de este, su primer libro publicado por editorial Fuga, y si bien en el inicio Arroyo propone aquél desentendimiento con el norte, esta obra pareciera ser casi una oda al encuentro; con la incógnita como eje propulsor, se corre a abrazar a lo político y a lo histórico de un país Chile sobreviviente a la dictadura.

La palabra, el olvido y su memoria; la entrada y la salida en ese círculo, los finales y los principios. Todo como un juego de cronologías -en apariencia- caprichosas, con el efecto final de descubrir el velo hacia una delimitación de mapa poético; "Un mapa es como la sombra de una palabra grande (...) Lo que falta hay que imaginarlo, o escribirlo".

La preocupación por el papel que juega la palabra en este vértice, la duda profunda sobre si es que juega alguno, y entonces sobre qué territorio, demarcado por qué siglas (siglos) y qué batallas (derrotas/ victorias). Entonces, donde le duele que la palabra no sea suficiente, Rodrigo se nutre de su trabajo como artista plástico para decir; para hacer de la cosa símbolo -denuncia. En esta greda, los caballos, las balas, los fusiles, las humaredas, las fisuras, como piezas ocultas de un anagrama, de una continuidad ajedrezada, de cierta intermitencia entre el sentido y el sinsentido -Artaud no ha habandonado su sitio, confiesa-.

En esta tríada; imagen, palabra y silencio, se desencadena el poemario, enhebrado con la piedad de quien conoce lo letal del discurso, y lo hace poesía por eso mismo, porque hay verdades que de otro modo no podrían extirparse de la historia sin golpearnos como aquella manzana en la cabeza, sin erosionarnos el cuerpo como una Hiroshima.

"Quizás el silencio era una pista para hallar la salida de esta hoja,y todos los versos no sean más que lamentos sin sentido"

sábado, 1 de noviembre de 2008

Retrato de una artista entrerriano

por María Ximena Venturini

Salvatierra
Pedro Mairal
Emecé
$ 37


Mucho se ha escrito ya sobre Salvatierra, la nueva nouvelle del escritor Pedro Mairal. Que es borgiano, que es juaneliano, que es lo mejor y más maduro que escribió el autor. Sí recuerda (y mucho) a otra historia sobre un solitario artista y su pintura interminable, pero que proviene del universo anglosajón -y no tanto del mundo sudamericano al que se le añade-.
Lejos de tecnicismo, de vanguardistas procedimientos formales, Mairal cuenta un tema sencillo pero profundo: la historia de Juan Salvatierra que a los nueve años quedó mudo después de un accidente a caballo. A los veinte, empezó a pintar en secreto una serie de larguísimos rollos de tela que registraban minuciosamente la vida en su pueblo litoraleño (Siempre vivió en Barrancales, un pueblo del Litoral).
Escrito en una prosa depurada, sencilla, por momentos poética, Mairal logró inventar un artista y su obra vital, la vida de una familia, de un pueblo, de una vegetación. Es el hijo, Miguel, el que relata, que vuelve a reconstruir la pintura -y con ella a su padre y a si mismo-. Su hermana Estela, retratada ahogada en el río a los doce años, las costumbres del pueblo, hacen que él se sienta “tragado” por la monstruosidad: allí ve la luminosidad que falta en su citadina existencia.
Miguel busca el rollo faltante "para que el cuadro no fuera infinito". Es su lucha obsesiva para reconstruirlo lo que mueve la acción en la nouvelle. Rozando con un policial pausado, el autor inteligentemente no abusa del suspenso ni de formulas mágicas (secretos oscuros sobre el padre). El resto de las lineas narrativas del texto, se presentan sólidas y concluyentes, fluyendo como un río: una lograda continuidad porque el fin de cada rollo encaja perfectamente con el comienzo del siguiente. En el capítulo final, la obra de Salvatierra recupera una dimensión humana que refuerza la esencia metafísica de la novela y le permite a Miguel reconciliarse con los afectos de su vida.