Reseña publicada en: La Quetrófila, número dos, mayo 2008
Por María Ximena Venturini
Por Sergio Bizzio
Interzona $35
La única pasión de mi vida ha sido el miedo
Thomas Hobbes
“En el origen de todo, el Miedo”, dice Roland Barthes en “La imagen”, el texto que lee en el coloquio que le dedica el Centro Cultural de Cerisy-La-Salle en 1977. Pero del miedo, en Barthes, nace un método: se llama seducción, y también –¿Por qué no?– histeria. Era el cielo se aparta del delirio de En esa època (Premio Emecé 2001). Aquí un Bizzio casi realista, narrando los pormenores de una separación y la pérdida de cotidianeidad de un padre con su hijo. Familia, escritoras, parejas gays violentas, novias intrépidas y más, entre otras cosas. Histeria quizás, pero seguro que mucho de ese tan mentado miedo con el cual parece estar hecha la materia del libro. Casi sacramental, como el modus operandi del personaje principal (un guionista de televisión al borde de la desocupación). Listas de tipos de que no son sino variaciones de ese originario y primitivo: el miedo a volar (que el personaje arrastra durante casi todo el libro), a la miseria, a la soledad y hasta a los tiburones (en una cinematográfica escena donde lo sufrirá vicariamente cuando su novia Vera se sumerja, cortésmente invitada por un borroso productor cinematográfico).
Hasta terror por la cobardía misma, esa que paraliza al narrador al comenzar la novela cuando llega a su casa y se encuentra a su mujer, Diana, con dos hombres en la cama. Hombres que la están violando y él, el-marido-que-observa-el-cuadro, no sabe que hacer (si gritar o desviar la mirada ante el peligro) paraliza tanto al personaje como si un niño acabara de golpearlo con la fuerza de un gigante escondido. Inquietante escena si las hay en la última literatura argentina, de esas que el mismo Bizzio declara: “Las dos primeras páginas de mis novelas son escritas con la intención de una bofetada”[1]. Descripción morosa, lujuriosa, oímos los gemidos que Diana expulsa de su cuerpo. Aunque sabemos que la están violando, hay cuchillos amenazantes, todo sucede en un silencio (casi) conciliador, como si en realidad estuviese tenuemente consentido. Una vez consumada, después de la minuciosa descripción de posiciones, los violadores abandonan la escena y Diana tiende la cama. Quizás, tratando de restituir algo de orden a su vida. La pareja se había reencontrado recientemente (ella no lo confiesa, él no admite lo que vio). El nombre del rubio (y un tal Fausto que ayuda) nos serán revelados al final. La novela se torna oblicua, cerrándose la primera parte con la tercera.
Después de un primer capítulo preciso, aparecen una serie de relatos vertiginosos en los que el narrador nos ofrece un resumen de los dos años que paso fuera de casa, fuertemente marcados por su oscilante relación amorosa con una joven llamada Vera y, paradoja mediante, cierta nostalgia por la vida familiar (parte segunda).
El tema principal, aunque existen varios puntos de fuga (el universo de la tele, productores que se guían por Osho, actrices que se operan los pechos), siempre es su relación con Diana y el amor a Julián. Y es ahí donde aparece el terror impreciso e intolerablemente certero: que "le pase algo" a Julián: "Un hijo es una industria de producir terror". Al final la novela nos regala un momento ¿triste?, ¿melancólico?, pero seguro terrible: el pasajero de junto en el temido avión resulta ser el hijo del piloto divorciado que sólo puede verlo los fines de semana; únicamente Buenos Aires-Madrid comparten.
Escribir aparece como destino del personaje (la otra es ser padre). Aunque declara no ser escritor, vive de hacer guiones. Claro, sólo lo hace por el dinero (no como sus mujeres que sí producen arte). Creador frustrado, se piensa trucho, inmerso en un universo kitsch y raro; nos recuerda a ese Barthes que huía de la adherencia del mundo que hubiera podido decir “quiero estar solo”, como pedía Greta Garbo, a la que Barthes, por otra parte, consagra una de sus mejores mitologías. Barthes (¿Bizzio?) quería estar solo y seducir. ¿Es un crimen? No, es mucho más y mucho menos: es una utopía. La utopía de la escritura por excelencia.
[1]Diario Perfil. 18 de noviembre de 2007. Realizada por Sonia Budassi y Hernan Arias
Thomas Hobbes
“En el origen de todo, el Miedo”, dice Roland Barthes en “La imagen”, el texto que lee en el coloquio que le dedica el Centro Cultural de Cerisy-La-Salle en 1977. Pero del miedo, en Barthes, nace un método: se llama seducción, y también –¿Por qué no?– histeria. Era el cielo se aparta del delirio de En esa època (Premio Emecé 2001). Aquí un Bizzio casi realista, narrando los pormenores de una separación y la pérdida de cotidianeidad de un padre con su hijo. Familia, escritoras, parejas gays violentas, novias intrépidas y más, entre otras cosas. Histeria quizás, pero seguro que mucho de ese tan mentado miedo con el cual parece estar hecha la materia del libro. Casi sacramental, como el modus operandi del personaje principal (un guionista de televisión al borde de la desocupación). Listas de tipos de que no son sino variaciones de ese originario y primitivo: el miedo a volar (que el personaje arrastra durante casi todo el libro), a la miseria, a la soledad y hasta a los tiburones (en una cinematográfica escena donde lo sufrirá vicariamente cuando su novia Vera se sumerja, cortésmente invitada por un borroso productor cinematográfico).
Hasta terror por la cobardía misma, esa que paraliza al narrador al comenzar la novela cuando llega a su casa y se encuentra a su mujer, Diana, con dos hombres en la cama. Hombres que la están violando y él, el-marido-que-observa-el-cuadro, no sabe que hacer (si gritar o desviar la mirada ante el peligro) paraliza tanto al personaje como si un niño acabara de golpearlo con la fuerza de un gigante escondido. Inquietante escena si las hay en la última literatura argentina, de esas que el mismo Bizzio declara: “Las dos primeras páginas de mis novelas son escritas con la intención de una bofetada”[1]. Descripción morosa, lujuriosa, oímos los gemidos que Diana expulsa de su cuerpo. Aunque sabemos que la están violando, hay cuchillos amenazantes, todo sucede en un silencio (casi) conciliador, como si en realidad estuviese tenuemente consentido. Una vez consumada, después de la minuciosa descripción de posiciones, los violadores abandonan la escena y Diana tiende la cama. Quizás, tratando de restituir algo de orden a su vida. La pareja se había reencontrado recientemente (ella no lo confiesa, él no admite lo que vio). El nombre del rubio (y un tal Fausto que ayuda) nos serán revelados al final. La novela se torna oblicua, cerrándose la primera parte con la tercera.
Después de un primer capítulo preciso, aparecen una serie de relatos vertiginosos en los que el narrador nos ofrece un resumen de los dos años que paso fuera de casa, fuertemente marcados por su oscilante relación amorosa con una joven llamada Vera y, paradoja mediante, cierta nostalgia por la vida familiar (parte segunda).
El tema principal, aunque existen varios puntos de fuga (el universo de la tele, productores que se guían por Osho, actrices que se operan los pechos), siempre es su relación con Diana y el amor a Julián. Y es ahí donde aparece el terror impreciso e intolerablemente certero: que "le pase algo" a Julián: "Un hijo es una industria de producir terror". Al final la novela nos regala un momento ¿triste?, ¿melancólico?, pero seguro terrible: el pasajero de junto en el temido avión resulta ser el hijo del piloto divorciado que sólo puede verlo los fines de semana; únicamente Buenos Aires-Madrid comparten.
Escribir aparece como destino del personaje (la otra es ser padre). Aunque declara no ser escritor, vive de hacer guiones. Claro, sólo lo hace por el dinero (no como sus mujeres que sí producen arte). Creador frustrado, se piensa trucho, inmerso en un universo kitsch y raro; nos recuerda a ese Barthes que huía de la adherencia del mundo que hubiera podido decir “quiero estar solo”, como pedía Greta Garbo, a la que Barthes, por otra parte, consagra una de sus mejores mitologías. Barthes (¿Bizzio?) quería estar solo y seducir. ¿Es un crimen? No, es mucho más y mucho menos: es una utopía. La utopía de la escritura por excelencia.
[1]Diario Perfil. 18 de noviembre de 2007. Realizada por Sonia Budassi y Hernan Arias
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